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viernes, 29 de marzo de 2024 00:08h.

La cabalgata misteriosa

    El binomio cámara-redactor se comporta de forma distinta en la prensa escrita que en la televisión. En el segundo caso, ambos cubren la noticia en equipo, mientras que en el primero, que es mío, el concepto de equipo es bastante más laxo. Los fotógrafos siempre están en movimiento hacia la siguiente foto, así que llegan, saludan, hacen su trabajo y se van. Para ellos, el deber supremo de los redactores consiste en señalar con el dedo lo que hay que fotografiar y apartarse. Cuando el redactor no está presente, que es la mayoría de las veces, exigen la dirección exacta del lugar a dónde tienen que ir y una descripción concisa de lo que hay que fotografiar. Pero a veces resulta que la persona que tenía que estar allí se ha retrasado, o que el incendio que tenía que fotografiar ha sido apagado por unos excesivamente diligentes bomberos, el accidente de tráfico se ha solucionado o la dirección a la que ha sido enviado era errónea o poco clara. Lo siguiente que ocurre es una llamada airada del fotógrafo pidiendo explicaciones al redactor responsable, un inepto que se pasa el día sentado cómodamente en el periódico sin darse cuenta de que los fotógrafos tienen que recorrer la ciudad soportando unos sueldos penosos y unas condiciones laborales leoninas.

    Tengo que reconocer que, a lo largo de mi ya dilatada carrera, he tenido que encajar alguna que otra bronca de mis compañeros del sector gráfico, pero el mes pasado se rizó el rizo. Hacía poco que había entrado en la redacción cuando una compañera se me acercó y me comentó que había visto una carroza subiendo por Alfonso Molina mientras una fila de coches le seguía en primera, provocando un enorme embotellamiento. Sin dejar de mirarla por si trataba de escaparse, descolgué el teléfono y llamé a la sala de semáforos de la Policía Local. Pregunté si había una carroza en Alfonso Molina. La había. Pregunté qué carajo hacia una carroza en Alfonso Molina. El policía insinuó que había sido enviada por Dios para complicarle el día. Pregunté si podía poner eso. Se negó, pero me aclaró que se trataba de una especie de protesta y me indicó la ruta. Asentí y le di las gracias. Marqué otro número. 

    Para entonces, habían entrado en la redacción tres o cuatro personas más que me comentaron que una calesa iba por Alfonso Molina en dirección a Oleiros. Les ignoré mientras hablaba con el fotógrafo. “Hay una carroza y unos caballos por Alfonso Molina”, le informé. “’¿Un qué?”. “Un vehículo primitivo de tracción animal”, insistí. Tras hácermelo repetir todo dos veces mas, colgó y yo volví a usar el teléfono para averiguar de qué iba todo aquello. Tuve suerte y mi contacto me contó la terrible historia de los jinetes enmascarados, y su líder, Zeus, al que apodaban el Home dos 20 misterios, que se dedicaban a recorrer Galicia “manifestándose por la justicia”.

    O si hay que ponerse prosaico, Antonio Orons, hijo del fundador de la famosa empresa de autobuses que mantiene desde hace años una disputa con sus hermanos por el control del negocio familiar. Ellos aseguran que no está en condiciones de asumir ninguna responsabilidad. Para demostrarles lo contrario, había robado hacía un par de años uno de los autobuses. Aquello no había acabado de funcionar y, como le gustaba montar a caballo, iba de aquí para allá vestido de jinete enmascarado, acompañado de otros amigos que iban en calesa. 

Acababa de enterarme de todo cuando me llamó el fotógrafo. No podía encontrar a Orons ni su curiosa cabalgata y había recorrido todo Alfonso Molina sin ver nada. Yo le dije que me parecía increíble, pero volví a llamar a la Policía Local. El agente me aseguró que estaban allí mismo y que podía verlos por las cámaras bajando a la altura de Palavea.Volví a llamar al fotógrafo, y se lo comenté. También le dije que su ruta les llevaría a cruzar el puente de A Pasaxe. Diez minutos después, me telefoneó para decirme que seguía sin ver pasar a nadie a caballo, ni en carroza, ni nada de nada.

Aquello era cada vez más raro. A medida que aumentaba la frustración y el cabreo de mi fotógrafo, también crecía mi desconcierto. Le sugerí que siguiera el rastro de cagadas de caballo en el asfalto, pero mi idea no fue tan bien acogida como merecía. Exigió una localización exacta. Como el Home dos 20 Misterios y su séquito debían estar ya en Oleiros, llamé a su Policía Local. Me dijeron que estaban al tanto y que debía encontrarse en San Cruz. Llamé de nuevo al fotógrafo, que se dirigió allí. Para entonces, yo estaba en tensión y cuando volvió a sonar el teléfono casi me derrumbo. Lo cogí con mano temblorosa y apoyé la oreja en el auricular de donde salían los gritos. El fotógrafo me acusó de tratar de jugar con su mente en una especie de depravado experimento psicológico. Al parecer, se había dedicado a recorrer el trayecto entre Santa Cruz y A Pasaxe sin encontrar nada. 
Tratando de contener la sensación de irrealidad que me embargaba, volví a llamar a la Policía Local de Oleiros, que me saludó como la confianza que da el trato y me dijo que se suponía que la cabalgata finalizaría en la rotonda del Nirvan. Se lo dije al fotógrafo. Hubo un tenso silencio al otro lado de la línea. Yo contuve la respiración. Tenía el presentimiento de que si entre los objetivos de su bolsa hubiera una pistola, ya hace tiempo que se habría pegado un tiro. O a mí. “Voy a ir hasta la rotonda, pero si no hay nadie, me largo”. Yo le aseguré que sería suficiente y crucé los dedos. Sorprendentemente, no sirvió de nada, porque me llamó cinco minutos después para decirme que no había nada, aunque a esas alturas me habría conformado con la foto de una cagada en el asfalto. Tuve que aceptar la derrota y reconocer lo inconcebible para todo el mundo, excepto quizás para Iker Jiménez: de alguna manera, un grupo de hombres a caballo (y con máscara) había salido de la ciudad, recorrido todo Alfonso Molina, cruzado el puente de A Pasaxe y llegado hasta la rotonda de Nirvana sin que el fotógrafo pudiera encontrarlo. Había creído que Antonio Orons no era más que un excéntrico y estaba equivocado: por fín comprendí por qué lo llamaban el Home dos 20 Misterios.