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lunes, 06 de mayo de 2024 00:00h.

Manual de vergüenza y olvido

Desmadejar la semana y servírsela a ustedes bien tejida. Es el reto, el propósito de quien, humildemente, les habla. Perdonen el atrevimiento.

Vino la semana con pleno bajo el brazo en  A Coruña. Un lunes político que copó la actualidad con los dimes y diretes de cómo resolver la ecuación, de cómo debe despejarse la “x” para acceder al poder. Y entretanto, oculta entre el justificado ruido de la reforma electoral,  la moción que nos recuerda nuestro sonrojo. Intentó el BNG instar a la corporación municipal a apoyar la retirada de la ley que deja sin tarjeta sanitaria a los inmigrantes. El intento fracasó. Y les confieso un sonrojo de desnudez, como quien queda en la calle con todo al aire sintiendo el frío afilado de la vergüenza.
Si lo piensan, da pudor hacer el recorrido. Adama, Mohamed, señor Valdés,  me temo su entrada en el país se debió a que venían a la recogida de la fresa y eso ya no es suficiente. No podrán entrar a la consulta del oncólogo, ni a la del pediatra… Porque aunque ya hayan estado aquí, un día estuvieron al otro lado de las concertinas.
Y no debemos encerrar el debate, no se trata de puertas abiertas o esto. Se trata de preguntarnos si podemos observar el mundo como una caja de herramientas que se abre y cierra a nuestro antojo. Se trata de si, ahora que ya no nos interesan, podemos dejarles y convivir con sus miserias. Se trata de preguntarnos si este debe ser el criterio, si nos gusta, no ya  el contexto, sino los valores, los modos que dejaremos en herencia a nuestros hijos.

Porque de herencias ha ido, una vez más, la semana. En el estreno de Pedro Sánchez como jefe de los socialistas en el Congreso, el presidente del Gobierno ha vuelto a responder del mismo modo: la herencia recibida. Sucede que a veces el pasado no es lo que va antes del presente, sino el punto de anclaje que diluye las responsabilidades para con el futuro. Quizá es hora de apelar al derecho al olvido.

De pedirle al presidente que no nos diga por qué no queríamos a los de antes y nos recuerde por qué debemos querer a los de ahora. El castigado ciudadano merece que olvide y reconstruya.

Como olvidar quieren las 120.000 personas de toda Europa que han pedido a Google que borre su rastro de Internet. Basta, dicen, no queremos seguir siendo esclavos de un pasado público. Mientras, los sabios debaten sobre el equilibrio y las proporciones del asunto, pero asoma una certeza: algo debe andar torcido si en la era de la información no somos más libres.

Y poco a poco se sucedieron los días y el viernes se puso el traje de noche. Que tengan buen fin de semana.