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miércoles, 15 de mayo de 2024 00:00h.

El manifiesto del mendigo

Hace unas semanas entrevisté a un sin techo que había sido víctima de unos supuestos esclavistas, un clan gitano que les obligaba a mendigar, a realizar labores en su poblado y que les quitaba el dinero del subsidio social de la cartilla de ahorros. Es un hombre de 66 años, pequeño, delgado, sin dientes, algo sordo y corto de vista, que se plantó un día en la redacción y me contó de forma inconexa lo que le había pasado, para protestar por el trato que le había dado la jueza durante la instrucción. Entre que no era un gran narrador y lo de su problema dental me costó un buen rato entenderle, pero al final creo que saqué lo esencial y publiqué su entrevista.

Pocos días después, me llamó para darme las gracias. Hubo un momento de confusión porque preguntó por “Emilio Romero”, y no había ningún redactor con ese nombre, así que le atendió un compañero llamado Daniel Romero, que escuchó totalmente desconcertado hasta que comprendí lo que pasaba y le dije que me pasara el auricular. Su voz cascada y farfullante sonaba como una sicofonía a través del teléfono. Me comentó que había escrito unas páginas, y que quería dármelas. Le pregunté de qué iba el texto, y el me explicó que eran unas cosas que quería decir. Es más, cosas que la gente tenía que saber. Suspiré para mis adentros (no es la primera vez que me pasa algo así) y le dije que sí, que me reuniría con él y quedamos en un banco del Paseo Marítimo, delante del Playa Club. Nos saludamos como amigos y él me entregó unas cuartillas arrancadas de un cuaderno del Ayuntamiento: “Esto tiene que imprimirse”, me dijo. Las había escrito él de su puño y letra, a pesar del notable inconveniente de no tener gafas. El resultado eran unos garabatos que parecían la prueba para una licenciatura de grafología.  

Me costó un buen rato descifrarlo y a medida que leía el texto, me invadió una sensación de desengaño. Contra toda lógica, había tenido la esperanza de que ese hombre, al que la vida le había arrebatado todo, le hubiera dejado una especie de serena lucidez propia de alguien que puede contemplar la sociedad desde fuera y verla tal y como es. Una especie de Diógenes, vamos. Esperaba que sus palabras me conmovieran, que me hicieran pensar y me llenaran de un nuevo respeto a la condición humana y de desprecio a la sociedad de consumo. Algo que pudiera recordar y decir en la barra del bar a una chica: “Me cambió la vida”. Frases que se pudieran grabar en una lápida. O por lo menos, en un tuit.

Bueno, no hubo suerte. Lo que en el guión de una película habría sido inevitable e incluso predecible, en la vida real es una imposibilidad estadística, igual que cortar el cable adecuado para desactivar un explosivo o encontrar una organizadora de boda que se enamora del novio para el que está preparando la fiesta del siglo. Una vez más, Hollywood había afectado a mis expectativas. Pero decidí que daba igual: se trataba de los pensamientos de un hombre mayor, que creía que tenía algo que decir al mundo, una especie de manifiesto vital y que aquel testo pareciera un batiburrillo regurgitado de alguna arenga sindical no cambiaba nada. Le prometí que intentaría publicarlo en Cartas al Director, sin quitar ni poner una coma y por si no lo consigo, aquí está:

“Los trabajadores a quienes la pobreza, de no tener dinero o conjunto de poder asalariado o algún tipo de economía autónoma ni aceptamos las típicas cartillas de ahorros que es muy poco dinero o ingresos de índole particular para gastos varios. Años atrás se decía que todo trabajo debía tener una entrada mínima de atención diaria que le diera a la persona una verdadera dignidad humana. Los cuerpos del Estado en sus diferentes competencias no realizan el campo de estabilización personal y humana porque según creo, o podemos creer, no hay garantías sociales, políticas y policiales que de las jurídicas y sentenciales. Es triste saber como una sociedad, que dicho sea de paso, por lo que se dice moderna, sea tan poco decente. Sobre la tasa de solidaridad y el trabajo conjunto de libertad. La sociedad moderna está varada en la diferencia de clases, pero no para esclavizar y para pegar palizas y sacar dinero, así como el típico robo y secuestro de persona y libertad y le utilizan la cartilla de ahorros y la documentación oportuna y la salud”.