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miércoles, 15 de mayo de 2024 00:00h.

Haciendo el Chester

La semana pasada entrevisté a Xulio Ferreiro. Habían pasado solo tres días de las elecciones y todavía no se había posado el polvo de la derrota del PP, pero todo apuntaba a que Marea Atlántica iba a hacerse con el gobierno local, así que había muchas preguntas que contestar. Concerté la entrevista con Ferreiro en su local de campaña en Marqués de Pontejos y, para mi sorpresa, accedió inmediatamente. Lo habitual en estos casos es que el partido ganador deje pasar un tiempo para poder asentarse, pero el mareante había prometido transparencia durante toda la campaña y, por lo que parecía, no pensaba echarse atrás. Para agradecérselo, llegué puntual, un gesto de cortesía que no tengo con casi nadie, aunque nuestro futuro alcalde no me conoce lo suficiente como para valorarlo como era debido. 

El local de Marea Atlántica es en sí un ejemplo de transparencia: un enorme escaparate permite a cualquiera ver su interior desde la calle. Durante meses había estado lleno de actividad, pero en ese momento se encontraba vacío excepto por un sofá blanco de tres plazas. Cuando llegó el alcalde en ciernes acompañado de un par de sus colaboradores, nos sentamos y uno de ellos bromeó con que la entrevista sería como “Viajando con chester” antes de marcharse y dejarnos solos –lo que tampoco es habitual-. En cuanto empezamos, miré a los ojos al alcalde, y tengo que decir que lo que ví no me impresionó. El caso es que después de varios meses de preparativos, semanas de campaña, una noche de celebración y varios días de intensas deliberaciones, el hombre al que la marea ciudadana había aupado hasta la alcaldía parecía más bien algo que hubiera arrastrado a tierra la resaca. Se le veía agotado o, como él dijo, “un pelín canso”. Pese a todo, respondía a las preguntas con rápidez y sin divagar, lo cual es muy de agradecer, sobre todo tratándose de alguien metido en política. 
Pero, como aprendí en el patio del colegio, a veces para disfrutar de un poco de diversión hay que ser cruel, así que le pregunté, muy serio. “María Luz Fernández asegura que van a desmantelarlo todo ¿Qué responde a eso?”. En vez de preguntarme quién era esa mujer, o cuál era su cargo, se lanzó a responderme negando que Marea fuera otra cosa que un proyecto ciudadano que trata de ocuparse de los problemas reales de la gente. Yo le escuché con una media sonrisa. Cuando acabó le comenté “Por cierto, es mi abuelita, tiene 89 años”. Vaciló por un instante. Le expliqué que cuando vemos juntos el telediario, suele llevarse las manos a la cabeza y decir “estos van a acabar con todo”. Ferreiro se recuperó deprisa: “Pois non sei que quere decir a túa avoa, pero nos imos rematar con moitas cousas, coa corrupción, con…”. 

La entrevista se prolongó un buen rato. En realidad, tenía material más que de sobra, pero decidí continuar un poco más porque si tenía suerte, y Ferreiro acababa durmiéndose en el sofá, tendría en mis manos la exclusiva del primer escándalo del nuevo gobierno local. Pero entró el responsable de prensa para avisarme de que había que ir acabando, así que tuve que interrumpir mi pequeño experimento de privación del sueño. Antes de irme le sugerí, para cuando cumpliera con su compromiso de cambiar el nombre de las calles para acatar la Ley de Memoria Histórica, que le haría popular que inaugurara la avenida de Bebeto. Se rió y comentó que no estaba seguro de que Bebeto necesitara una calle con su nombre. 

No era la primera vez que un aspirante a la alcaldía rechaza mis sugerencias: mi gran problemaestoy demasiado adelantado a mi tiempo. Dos semanas antes, había entrevistado a Mar Barcón en la plaza de As Conchiñas donde andaba de campaña, pidiendo el voto a los vecinos del barrio para ella, sobre todo a las mujeres, puesto que era la única candidata en esas elecciones. Yo negué con la cabeza. “Os faltan tíos buenos en la lista de la candidatura”, le expliqué, al tiempo que le contaba cómo había llegado a esa conclusión: se daba la casualidad de que Barcón había estado en ese mismo lugar hacía muy poco, en compañía de su secretario general, Pedro Sánchez, dándose un baño de masas por el mercado. Fue un bombazo: la gente salía a la calle para abrazarle y espetarle piropos: “¡Guapo! ¡Guapo! ¡Eres el más jefe, el más joven, el más todo!”.

Sánchez sonreía y se dejaba querer, sobre todo por las señoras de cierta edad, a las que la menopausia tenía alboratadas, y que le besaban sonoramente. Si el secretario socialista hubiera tenido vaginesil –y estómago- aquello habría podido degenerar en una orgía. Al final, no hubo orgía, ni victoria electoral socialista, aunque Barcón anunció que apoyaría la investidura de Ferreiro, lo que da por bueno el dicho que de la política hace extraños compañeros en una cama.