Buscar
miércoles, 15 de mayo de 2024 00:00h.

Gobierno precario

Hace un par de semanas, los concejales del gobierno local colgaron en la web su declaración de la renta. La del alcalde ya se sabía, pero me sorprendió descubrir que muchos de los miembros del gobierno local habían ganado menos de diez mil euros en el último año. Dí por buena la explicación de Ferreiro de que los nuevos concejales eran un ejemplo de la juventud actual, preparada y formada, pero que tiene un empleo precario y vive en niveles de subsistencia, aunque no pude evitar pensar en el efecto que tendría la noticia sobre la opinión pública. Lo comenté con un colega el otro día, un informático de treinta años con un carácter bastante positivo, la clase de persona a la que le encanta ejercer de abogado del diablo en una conversación. No importa lo que le digas: escucha atentamente, mira al techo pensativo hasta encontrar una interpretación totalmente contraria y la comenta. Cree que es así como se mantiene la chispa en una conversación, por lo que no me sorprendió cuando me dijo que le parecía genial la noticia. Así la gente podría saber que los nuevos concejales eran gente sencilla, honrada y trabajadora.
Meneé la cabeza, porque yo no estaba tan seguro. Cuando pienso en la opinión pública, me viene a la mente ese señor que habla a gritos con el camarero y los otros parroquianos mientras pega puñetazos en la barra del bar. No argumenta tanto como regurgita las frases que oyó en el telediario y asegura que él es muy listo porque no se fía de nadie ¿Qué pensaría él de todo esto? Probablemente, que la Marea Atlántica es un movimiento formado por unos tirados que buscan refugio en la política para no morirse de hambre. Le aclaré a mi amigo porqué: uno de los puntos más repetidos del programa de la plataforma ciudadana (aunque no el más importante) es la reducción de todos los sueldos del gobierno para ahorrar dinero, unos 600.000 euros. Algunos lo tacharon de populismo, pero la Marea defendía que era una medida real y aseguraba que se podía poner en marcha enseguida. Y lo hicieron, aunque no sin problemas: algunos altos cargos del Ayuntamiento, que ya trabajaban allí cuando llegó la Marea y que no estaban dispuestos a aceptar una rebaja salarial por un compromiso político que no era el suyo. Como eran gente valiosa y el nuevo gobierno los necesitaba, tragaron, y solo se rebajaron así mismos la nómina, respetando así el espíritu de su promesa electoral. 
  Y ahora, la noticia que la mayor parte de ellos iba en bicicleta no por convicciones medioambientables, sino porque no podían pagar la gasolina, invalidaba totalmente el efecto conseguido con su rebaja salarial. Mi amigo insistía que daba igual, pero yo no podía quitarme de la cabeza que la gente ya no los vería como un puñado de jóvenes capaces y preparados que renunciaban a una lucrativa carrera profesional por su vocación de servicio público. La realidad es que no habían hecho ningún sacrificio: la gran mayoría cobraba mucho más de lo que ganaban antes. Observé como los ojos de mi amigo giraban hacia el techo, signo inequívoco de que estaba pensando una respuesta, pero yo notaba que tenía la iniciativa y no pensaba perderla. Golpeé con el índice la madera de la mesa y añadí que, para muchos coruñeses, “eso significa que ahora tenemos un gobierno precario, compuesto por gente precaria, que no sabe ganarse la vida en el mundo real”. Sospechaba (y después de un par de conversaciones, confirmé esta sospecha) que a muchos les encantaría esta idea, porque sentían que el idealismo del que hacía gala la Marea Atlántica chocaba con su visión bastante más prosaica del mundo. Cada vez que el nuevo gobierno cometiera un error o una torpeza (y comete muchos, porque todavía son inexpertos), el tipo de la barra vocearía que se trataba de un gobierno que les estaba saliendo caro para lo poco que cobra. 
En el fondo de todo subyace la idea de que para saber lo que vale una persona basta con averiguar cuánto gana al mes, que es la razón por la que se considera una grosería preguntarle a alguien por su nómina. Hasta mi colega tuvo que reconocer que tenía razón. Eso también aclara por qué a todo el mundo le escandaliza que alguien cobre más que otra persona que se encuentra más alto en el escalafón. Consideran que  perdería autoridad por ese motivo. “¿Cómo va a ganar el presidente del Gobierno menos que el de una comunidad autónoma? ¿Cómo va a ganar el alcalde menos que un director? ¿Quién va a respetar a alguien que gana menos que él?” 
Es una pregunta peliaguda, sobre todo para un mileurista al que sus jefes consideran que pagarle es opcional. A los que remamos en galeras siempre nos queda el consuelo de que lo importante no puede comprarse. Sin embargo, si somos sinceros, eso solo significa que lo importante no tiene valor de mercado. Por ejemplo, la DGT calcula el valor de la vida humana en 1,4 millones de euros, según me contó un día el antiguo jefe provincial, un tipo de barba espesa y CI alto. Eso es lo que determinaron los expertos y peritos de seguros sumando costes médicos y pérdida de productividad. Parece un método muy objetivo de medir algo tan subjetivo como la existencia pero aunque haga maravillas con mi autoestima la idea de valer tanto como el meñique de Messi, resulta muy difícil de creer. Le pregunté al tipo de la DGT si eso significa que un jubilado vale menos, dado que no produce nada. Él se molestó y dijo que no se trataba de eso. No discutí. Los dos sabíamos que la vida humana misma es, sobre todo, precaria, y eso significa que siempre tiende a cero.